sábado, 13 de noviembre de 2010

equilibrios

Todo cobraba sentido entonces, transparente y taciturno,
cuando el hombre del tiempo olisqueaba
en las puertas de las tiendas de paraguas,
cuando se gastaban los segundos totalmente,
como una pasta de melaza en el paladar.
El funambulista se deshizo de sus labios,
de su cara de póker y ese párkinson imitado en las rodillas,
y, dispuesto a hacer mutis por el foro,
alguien le escupe una pregunta sin trampa.
Ha sido él quien ha henchido los pechos de la luna,
quien la hizo de estatua en sus recuerdos
y una coleción de cuentos,
y una última cena imaginaria.
Después huye ante un salto mortal al fin
sin red y sin máscara, sabiendo como sabe
que las redes sólo sirven en el mar.
Aquella noche después de la velada,
lloró su soledad como un payaso,
sus idas y venidas sin sentido, sin rumbo,
su ejercicio inútil de presente.
Dejó un rastro brillante de charquitos
en su mutis marrón definitivo,
todo, por no abrir la boca y andar torcido
a la luz de la luna que pregunta
dónde estás, por qué me miras.
.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desazón