lunes, 26 de noviembre de 2007

(...)

No son horas.
Nunca son horas.
Así que paseo mi lengua por la cima
del helado de lo inadecuado.
Con una mano, añoro
un movimiento tenue hacia la madrugada.
Con la otra, dibujo
siluetas en el aire que recuerdan a una boca.
Heráclito resulta rutinario
mirando impertérrito,
seco como yesca
y, sin embargo,
yo con un cambio
soy una especie nueva
que mira al río
y se alegra
al ver pasar la hoja amarilla,
hinchada como un barco del otoño,
suspendida sobre la costra de agua de un río
diferente a cada instante,
a cada hora.
No son horas.
Nunca son horas cuando se marcha aguas abajo
mi pequeño otoño de cementerio.
Ni cuando despierto, de puntillas como un duende,
a un animal de azúcar y planetas,
a un amanecer de luna en el océano,
a una ráfaga de pan,
a un refugio de colores extraviados,
y abre los ojos al otro lado de la ciudad en la que vivo
la cítara que rompe los segundos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito...
¡Quien pudiera ser la cítara que atrape tus otoños!

Anónimo dijo...

...