jueves, 1 de noviembre de 2007

contrastes

Tengo que acostumbrarme a vivir frente a tu espalda.
Subo la cuesta del Gólgota taciturno y con enigmas,
con fardos de toneladas y dolores articulares varios,
y los segundos que me asedian en la nuca
como una jauría de "perros apagados",
incandescentes aún del último suspiro.
Alguien construyó hace un par de siglos
el templo para el arca donde duerme la belleza,
la nalga donde descansa el beso que aún no he dado,
el heredero perfeccionista de Dédalo y su hijo bastardo,
y me acompaña cabizbajo silbando su salmodia,
helado, como yo, bajo un frío descalzo que no pesa
pero remite la luz a un par de meses al año.
Habito en la suavidad que te visita
mientras mis pies me permiten seguir hacia la cima
y el oxígeno se vuelve un enemigo,
y ya no importa sino el ritmo y una bolsa de plástico en la nieve.
Todo se mezcla en una mueca que recuerda al optimismo,
como la fotocopia de una sonrisa
que preserva el original en un cajón por si acaso.
Algo será verdad de todo esto.
Algo habrá más allá si tu espalda no es suficiente.
Algo habrá allá arriba si sigue subiendo la espuma
de la cerveza de malta maldita
destituída en invierno por el vino.
La comunión de la risa con la nada
es un contraste impenetrable que conozco
como los surcos arados en mis manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Riete conmigo un día de estos...